Los resultados de las elecciones autonómicas anticipadas del 27 de septiembre agudizan la crisis política más importante de los últimos cuarenta años en el Estado español.
Artur Mas, presidente de la Generalitat de Catalunya, convocó unas elecciones con carácter plebiscitario después de tres años de imposibilidad de encontrar una salida a las aspiraciones de Cataluña, negadas y combatidas una y otra vez por el gobierno de Mariano Rajoy y el aparato del Estado. Si las fuerzas independentistas conseguían la mayoría, el nuevo gobierno catalán iniciaría un proceso de “desconexión” de la legalidad española que debía culminar con una declaración de independencia y la aprobación de la constitución de la nueva República Catalana.
La excepcionalidad manifiesta de las elecciones fue negada por el Gobierno español y los partidos contrarios al proceso soberanista. Sin embargo, una serie de hechos cuestiona que estas fuerzas las hayan considerado unas simples elecciones autonómicas: el PP buscó declaraciones en apoyo de su posición por parte de Obama, la Comisión Europea, Sarkozy, el Banco de España, las grandes empresas y la banca catalanas y españolas; las amenazas con que fue bombardeada la población catalana -inevitable salida de la UE, peligro del impago de las pensiones, “corralito”- no parecen pertenecer a la normalidad del debate electoral rutinario. Por otro lado, casi todos los partidos adoptaron una posición clara sobre la independencia. Finalmente, la participación extraordinaria en las elecciones -casi un 78%, diez puntos más que en 2012- evidencia su carácter excepcional.
Mayoría independentista en el parlamento, pero sin la mayoría de los votos
Aunque las fuerzas independentistas han obtenido la mayoría absoluta de diputados en el parlamento catalán, esa participación sin precendentes –junto al sistema electoral, no extrictamente proporcional- explica que no hayan logrado la mayoría de los votos. Así, el independentismo ha obtenido un 47,7% de los votos y 72 de los 135 diputados del Parlament.
Poco después de las elecciones locales de mayo, Artur Mas consiguió el objetivo que había perseguido durante meses: la formación de una gran lista unitaria del independentismo. La coalición que desde 1980 había dominado la política catalana, CiU –Convergència i Unió- salió derrotada claramente en mayo; el centro-izquierda independentista, ERC -Esquerra Republicana de Catalunya- avanzaba con fuerza y se presentaba como el sucesor de CiU en la dirección del movimiento independentista. Además, el éxito de las candidaturas unitarias de la izquierda desafiaba la hegemonía del nacionalismo catalán. Mas necesitaba neutralizar esas amenazas para continuar dirigiendo el proceso político.
Junts pel Sí agrupó a Convergencia Democràtica de Catalunya-el partido de Mas-, ERC, las dos entidades sociales soberanistas y numerosos independientes. Unió Democràtica de Catalunya-el otro partido de CiU- rechazó el acuerdo y reafirmó su carácter no independentista, partidario de la autodeterminación pero con el objetivo de una confederación con España. El ala izquierda del independentismo, la Candidatura d’Unitat Populat, también rechazó unirse.
Junts pel Sí obtiene el 39,5% de los votos y 62 diputados. La CUP, el 8,2% y 10 diputados. El independentismo avanza en votos respecto a las elecciones de 2012 y también a la consulta de noviembre de 2014.
Una parte importante de los nuevos votantes ha optado por las candidaturas unionistas, y concretamente por Ciudadanos, que logra el segundo puesto en número de diputados, desplazando a los socialistas del PSC y los conservadores del PP como primer partido unionista.
Sin embargo, la afirmación de que los partidarios de permanecer en España han ganado en número de votos es claramente falsa. Otra candidatura no independentista, Catalunya Sí que es pot-Cataluña Sí se puede-, que agrupa a la izquierda reformista, Podemos y los ecologistas, y que ha conseguido casi el 9% de los votos, no es asimilable a la supuesta mayoría unionista, ya que es partidaria de la celebración de un referéndum de autodeterminación y une tanto a partidarios de la federación como de una Catalunya independiente.
Un futuro incierto
Es imposible predecir lo que ocurrirá en el próximo período. Junts pel Sísolo podrá conseguir el apoyo de la CUP en la proclamación de Mas como Presidentsi se compromete en el camino emprendido de creación de una estructura institucional en ruptura con el Estado español. En ese caso, tendrá que enfrentarse con la maquinaria judicial y represiva, con la amenaza constante de la suspensión de la autonomía.
Solo un cambio en el gobierno de España en las elecciones de diciembre podría abrir una perspectiva de negociación. Pero esta nunca incluirá el derecho de autodeterminación, un auténtico referéndum en el que los catalanes puedan decidir su futuro. Los únicos partidos que aceptan esta posibilidad, Podemos e Izquierda Unida, están lejos de poder alcanzar una mayoría en el parlamento español que permita la reforma constitucional necesaria. Los socialdemócratas del PSOE se oponen rotundamente. La reforma federal del Estado -que aparece en el programa del PSOE- o una consideración especial a Cataluña -mayor financiación y reconocimiento como nación en el ordenamiento institucional- son vías improbables, que encontrarían resistencia tanto en el PP y Ciudadanos, como en el PSOE.
Sin un referéndum genuino -ya sea antes o después de la ruptura institucional-, incluso amplios sectores del independentismo cuestionan la legitimidad de una declaración unilateral de independencia.
El proceso extraordinario de recomposición política en Cataluña que afecta a todas las clases sociales sigue su curso. Mas y el nacionalismo de centro-derecha han perdido apoyos sustanciales entre la gran burguesía catalana, temerosa de las consecuencias de la ruptura. La burguesía media, la pequeña burguesía y las capas medias-profesionales catalanistas han optado definitivamente por la separación y dirigen un movimiento popular independentista poderoso, que ha quedado ahora fortalecido sin discusión en los números y en representatividad, un movimiento de masas que nunca había logrado tal fuerza en la historia de Cataluña. En las grandes áreas obreras de Barcelona y Tarragona, el centro-izquierda socialdemócrata y la izquierda reformista están siendo desplazados por Ciudadanos, un partido interclasista, procapitalista, con rasgos populistas de derecha y contrario a la autodeterminación.
Solo la aparición en escena de la clase obrera y los sectores populares con una política independiente puede dotar de una perspectiva al movimiento y neutralizar el avance de las fuerzas reaccionarias. Los progresos de la CUP confirman que miles de trabajadores y jóvenes desean una alternativa de dirección.El programa de la CUP es ciertamente insatisfactorio desde una perspectiva anticapitalista, socialista e internacionalista. Su insistencia en el protagonismo de la clase obrera y otras capas populares, y el rechazo del pago de la deuda, de la UE y el euro podrían ser, sin embargo, una base valiosa para que la CUP dé un giro en su política y comience a construir efectivamente un movimiento independiente de la burguesía y la pequeña burguesía. La alianza con una izquierda clasista en el resto del Estado que inicie un proceso de reorganización de las fuerzas populares en oposición al gobierno, la Monarquía y la UE es el único camino para alcanzar la plena soberanía de Cataluña y un cambio en las relaciones de fuerza en todo el Estado español que abra un horizonte de liberación y reorganización de la sociedad. Una República Catalana soberana podría decidir entonces, en libertad, la relación con el resto de los pueblos que forman el Estado español.
Barcelona, 29 de septiembre de 2015
El autor es residente de Barcelona.