“¿Qué es el robo de un banco
cuando se compara con la fundación de un banco?”
Bertolt Brecht
Los trabajadores y los pobres de Irán esperaban una señal. La señal llegó el viernes 15 de noviembre. El gobierno decidió cancelar los subsidios a la nafta y aumentar el precio del litro de nafta en un 50% para los primeros 60 litros mensuales y en un 300% para los litros siguientes. Todo Irán se rebeló. Lo mismo ocurrió con el evento de los Chalecos Amarillos en Francia (ver artículo “The Yellow Vests...”), con la revolución sudanesa (ver artículo “Sudan Revolution”), con la “Revolución de media jornada” de Ecuador (ver artículo “Yarım günlük...”), e incluso en Chile, donde la explosión no fue el resultado de una subida del precio del combustible, sino de una modesta subida de los precios del subte (ver artículo “Tahrir’den Tahrir’e...”). Las subidas de precios y tarifas no son la razón de los levantamientos recientes. Los pueblos del mundo están sencillamente esperando agazapados a que la clase capitalista haga un movimiento erróneo. Eso es todo. Ahora se ha unido Irán, una vez más, como veremos más abajo, a la tercera ola de la revolución mundial (ver artículos “Tahrir’den Tahrir’e...”, “Tremble with fear...”, y más anterior “2018: year of the resurgence...”). Una aclaración: esto no quiere decir que ya haya estallado una revolución en todos esos países. Solo significa que más allá de la naturaleza local de los levantamientos, las revoluciones o rebeliones populares, estos acontecimientos forman parte de esa tercera ola.
Toda esta rabia ha estallado como resultado de esas solas medidas tomadas por los sectores del poder. Con levantamientos primero en pueblos pequeños y luego en grandes ciudades como Teherán, Tabriz, Mashad, Shiraz, etc., el pueblo iraní ha bloqueado por completo la circulación en muchas calles y avenidas, ha marchado por las calles y plazas de todas las ciudades, ha incendiado al menos 40 sucursales bancarias en todo el país, y ha asaltado y provocado incendios en centros de poder como oficinas de gobernadores, ayuntamientos, comisarías de policía e incluso centros religiosos que son también centros de poder en el régimen especial que ha gobernado a Irán durante los últimos cuarenta años. Nada queda exento de la furia de las masas, nada es sagrado ni intocable en esta revuelta, nada se escapa de la ira del pueblo que ha llevado una vida miserable durante demasiado tiempo.
La cumbre del poder político también alimenta la ira de las masas. El 17 de noviembre, el tercer día de la vorágine, el “Líder Supremo” Alí Jamenei dictó lo siguiente: “Como las opiniones de los expertos sobre la situación de la nafta son variadas -algunos dicen que es una medida necesaria y otros que es perjudicial- y como no soy un experto en este tema dije que, si los tres poderes están de acuerdo, entonces apoyaré la disposición”. La respuesta de las multitudes furiosas no tardó en llegar: cantaron “Khamenei bînamus”, que en español sería “Jamenei ladrón”. Y añadieron: “Muerte a Jamenei”, y “Muerte al dictador”. También se escucha con frecuencia el eslogan “No más República Islámica”.
Esta fue claramente una rebelión anticipada por el régimen. La afirmación sobre el hecho de que “los tres poderes están de acuerdo” en la cita de Jamenei es una referencia a la modalidad a través de la cual el gobierno adoptó la repudiada subida del precio de la nafta. No fue el poder ejecutivo, el presidente Hasan Rohaní, quien tomó la decisión como suele ocurrir con las medidas económicas. No; como si se preparara para la ocasión más solemne, como una guerra o un estado de sitio, por ejemplo, Rohaní reunió a los otros dos jefes de los poderes del gobierno, es decir, el legislativo (el presidente del parlamento) y el judicial (el máximo tribunal del país), ¡solamente para decidir y dictar un aumento del precio de una mercancía! También es obvio que se decidió de antemano que Jamenei apoyaría esta decisión en caso de que las masas respondieran lanzándose a las calles. Sin embargo, hay que prestar atención a la declaración de Jamenei. No se compromete en absoluto con la decisión, alegando ignorancia sobre estos asuntos y lanzando la pelota al campo de los tres poderes. Entonces se nos permite especular que, si las cosas parecen salirse de control, Jamenei se dará vuelta y culpará a los tres poderes en un intento por absolverse a sí mismo, e incluso puede que recurra a otro tipo de mandato que podría provocar un cortocircuito no solo con el presidente, sino también en el parlamento.
Si nos centramos en los antecedentes de la decisión del gobierno y en la muy escasa probabilidad de un gobierno clerical por parte de Jamenei, es para demostrar que la burguesía de todos los países es consciente de la actualidad de una revolución. Permítasenos citar un gran periódico portavoz del capital financiero internacional, The Economist, que especula sobre el futuro del principal enemigo de Irán en el mundo musulmán, es decir, Arabia Saudí, con respecto a la salida a bolsa de la compañía petrolera saudí Aramco: “Los inversores que apuestan a Aramco como la última gran empresa petrolera, tendrán que considerar el riesgo de una revolución o invasión en los próximos 30 años” (2 de noviembre de 2019, p. 13). Si tal es la conciencia de los gobernantes, ¿no es hora de que la izquierda y la vanguardia de la clase obrera se convenzan de la actualidad de la revolución en todo el mundo?
El momento de las contradicciones internas de la burguesía iraní
El pueblo iraní se ha estado rebelando tanto contra las condiciones económicas como contra el régimen político en Irán, no por primera vez en este siglo. Este pueblo ha estado luchando por liberarse del despotismo religioso y por salvarse de la miseria económica desde hace mucho tiempo.
La primera revuelta de este siglo tuvo lugar en 2009, después de las elecciones presidenciales que llevaron al poder al conservador Ahmadineyad por segunda vez. Había una sospecha muy grande de que las elecciones habían sido fuertemente arregladas contra los otros dos candidatos, ambos en el extremo más liberal del espectro de la política del Mulá. El llamado “Movimiento Verde” duró semanas y vio morir al menos a 80 manifestantes. Sin embargo, hay que marcar una gran diferencia entre ese episodio y los levantamientos posteriores. Este fue un movimiento hegemonizado por las capas altas de la sociedad; la pequeño-burguesía moderna y acomodada, sobre todo profesionales liberales, e incluso ciertos sectores de la burguesía que veían su futuro en un Irán más liberal, más integrado con el imperialismo occidental. El programa inmediato del movimiento también era diferente. No incluía las demandas económicas de los pobres, sino que se centraba en la “democracia” y los derechos humanos. No sería incorrecto decir que se trataba de un vanguardismo rohanista, es decir, un anhelo de una integración respetable con Occidente para hacer posible el flujo de capitales y bienes hacia Irán y de esa manera superar el estancamiento de la economía, obtener beneficios más altos y más estables, y buenos puestos de trabajo para los estratos en cuestión. Sin embargo, al final, el Movimiento Verde fue aplastado, sus líderes fueron estigmatizados y estuvieron bajo custodia durante mucho tiempo.
Como sucede a menudo en la historia, la fallida “revolución” vio algunos de sus programas implementados por el lado opuesto. Ahmadineyad se convirtió, hasta cierto punto, en el ejecutor de la voluntad de los estratos que habían avivado las llamas del Movimiento Verde. Luego de haberse ganado un lugar sobre la base de una plataforma demagógica y haciendo promesas a los pobres e indigentes de Irán, se dio vuelta y comenzó, en su segundo mandato, a implementar una estrategia neoliberal que servía a las clases altas e indudablemente perjudicaba a los pobres. Reinaba el nepotismo y la corrupción. La campaña de privatización benefició a los sectores parasitarios de la burguesía, que pudieron comprar establecimientos industriales por casi nada para convertirlos en empresas comerciales o negocios de importación, lo que incluyó despidos de mano de obra que, de ese modo, se volvió redundante. Estos estratos capitalistas recibieron un inmenso apoyo económico del Estado. En la actualidad, debido a que estas políticas han continuado convenientemente bajo Rohaní, alrededor de 110 magnates capitalistas deben la enorme suma de 14.000 millones de dólares a los bancos, tanto estatales como privados. Parte de este dinero se ha canalizado ilícitamente al extranjero, y una minoría de estos magnates han huido del país para disfrutar de los frutos de su trabajo ¡en condiciones de mayor “estabilidad económica”! Algunos de ellos han sido incluso procesados por estos delitos, pero siguen en libertad y los casos judiciales no se decidirán en un futuro próximo.
Así es como uno de los autores de este artículo, Behnaz Tebrizi, describió la sociedad nacida de este tipo de desarrollo en un artículo a mediados de 2018:
“Estas estadísticas lo dicen todo: Irán es el mayor importador de coches Porsche en Medio Oriente, cerca de cuatro mil familiares de burócratas viven actualmente en el Reino Unido, se calcula que en los últimos tres meses se han sacado 30.000 millones de dólares de contrabando del país y un tercio de la población tiene ingresos por debajo del umbral del hambre. Los súper ricos y los sin techo aumentan en número simultáneamente. La mayoría de las veces, el estado ni siquiera puede financiar los esfuerzos de socorro después de los desastres naturales y permanece completamente inactivo. A la gente, a la que se le ha dicho que se siente tranquila y luche contra los embargos para lograr la independencia energética a través del programa nuclear, ahora se le dice que empiece a trabajar a las 6:30 de la mañana contra la frecuente escasez de energía” (ir al artículo).
Por otro lado, un sector considerable de la industria iraní y otros negocios está en manos de los componentes orgánicos del régimen islámico. Los llamados Guardias Revolucionarios, los Pasdaran, poseen, a través de empresas que apenas enmascaran a sus propietarios, grandes trozos de la industria del país y otros negocios. Los Pasdaran se han transformado en una clase dominante militar como los jenízaros de los otomanos, que controlaban las diferentes ramas de la economía, en particular la de Estambul, y por lo tanto tenían un interés personal en el orden existente. Por otra parte, los propios Mulás se han servido del principio de waqf de la ley islámica (legado religioso), del que siempre se ha abusado para enmascarar hipócritamente la propiedad privada a lo largo de la historia, y a pesar de que está basado en la filantropía, el legado se utiliza con el fin de crear empresas capitalistas. Abundan los ejemplos de Mulás que son magnates capitalistas en el sentido real de la palabra. El conflicto entre conservadores y liberales del espectro de la mulacracia puede resumirse, en última instancia, como una lucha entre estas dos fracciones de la burguesía: por un lado los Mulás y los Pasdaran, representados por los llamados conservadores, que quieren un Irán más aislado del mundo occidental y más radical en su afán misionero de expandir la influencia del islam chiíta que representa la República Islámica, y por otro lado, las alas de la burguesía que apoyan el ala más liberal de la mulacracia, en particular Rohaní en este momento, defendiendo una visión del mundo que desea una integración económica más estrecha y una cooperación política más fuerte con el capital financiero internacional, en particular el europeo.
Rebelión en las venas
Por lo tanto, el Movimiento Verde de 2009 fue realmente un conflicto interno de la burguesía que, como todos los movimientos de masas burgueses y pequeñoburgueses, tuvo que depender en parte de la actividad de algunos de los sectores más pobres del pueblo. Sin embargo, el inicio de la Tercera Gran Depresión en 2008 coincidió con las políticas neoliberales iniciadas por Ahmadineyad y continuadas y consolidadas por Rohaní, aún más audazmente después de la entrada en vigor en 2015 del acuerdo nuclear entre Irán y el grupo de países del P5+1, a saber, los cinco miembros del Consejo de Seguridad de la ONU, más Alemania, más la Unión Europea -que no se menciona en el nombre- (ver el artículo de nuestro compañero Araz Bağban). El capital europeo comenzó a fluir hacia Irán y a explotar cada pequeña oportunidad que existía en este país de ahora 83 millones de personas, y llegó a manejar una de las mayores reservas de hidrocarburos, tanto de petróleo como de gas natural. Así que incluso en esta etapa, donde la economía se estaba recuperando del embargo de EE.UU., la clase obrera, el campesinado y los pobres de Irán sufrieron las condiciones de este acuerdo ya que todo el plan estaba totalmente arreglado en contra de sus intereses. Estas medidas, en conjunto con la abrupta salida de la administración de Trump del acuerdo nuclear más tarde en mayo de 2017, el restablecimiento del embargo estadounidense en agosto del mismo año que llevó al endurecimiento de los lazos en noviembre, y la retirada del capital industrial y bancario europeo y otros intereses de Irán por temor a represalias por parte de Estados Unidos, condujo a una grave crisis en la economía iraní, que implicó altos niveles de desempleo y un inmenso empobrecimiento de las clases populares.
Esta es la base material de las implacables olas de rebelión de las masas iraníes a partir de finales de 2017. El 28 de diciembre, las masas salieron en protesta contra el alto costo de la vida, la corrupción y otros problemas económicos (ver artículo de Araz Bağban). Las protestas comenzaron en Jorasán y se trasladaron más tarde a Teherán, un patrón que se haría aún más marcado en el actual levantamiento, cuando las pequeñas ciudades de las zonas pobres actuaron como vanguardia y las principales metrópolis tomaron el relevo más tarde. Las manifestaciones de diciembre de 2017 a enero de 2018 prefiguraron los levantamientos que se desarrollaron en otros países y también, más tarde, la nueva ola de la revolución árabe en Sudán y Argelia y finalmente en Irak y el Líbano (ver la declaración de nuestra corriente internacional donde hicimos la predicción de que Irán sería el país precursor, predicción que resultó totalmente cierta). Asimismo, las manifestaciones prefiguraron también los dos años (hasta ahora) de luchas incesantes de las masas en el propio Irán.
En febrero de 2018 se produjo la revuelta de las mujeres iraníes en Teherán y otras ciudades contra el hijab o velo forzado. Este movimiento había comenzado antes de la erupción de la rebelión de diciembre-enero, cuando una mujer se había quitado el pañuelo de la cabeza en la plaza de Enqelab. Por ese motivo se la conoció como la “Mujer de la Plaza de Enqelab”, y más tarde, en febrero, fue emulada en una serie de ciudades.
Luego vino la explosión de junio de 2018. Este fue un momento en que la anterior contradicción que surgió en 2009 en las filas de la burguesía se articuló con la revuelta del proletariado y las masas pobres. Una vez más, las manifestaciones comenzaron en la periferia y llegaron gradualmente a Teherán. Casi se convirtió en una ley de las revueltas iraníes el hecho de que cuanto más pobre era la región (sin importar cuán pequeña o provincial), más pronto se rebelaba. Cuando las protestas llegaron a Teherán, ¡incluso los pequeños comerciantes archiconservadores del Bazar cerraron sus locales! Así ha llegado a ser la difícil situación de muchos estratos de la sociedad iraní. Sin embargo, esto también fue una indicación del estado de ánimo de los sectores conservadores de la burguesía y la pequeño-burguesía, que se encontraron en una actitud beligerante con el ala más liberal de la clase dominante tras el fracaso del acuerdo nuclear con Occidente y demás países.
En noviembre de 2018, los trabajadores de la azucarera Haft-Tappeh lucharon contra las condiciones bajo las que habían estado trabajando durante un tiempo, sobre todo contra los atrasos en el pago de sus salarios. No sólo hicieron una huelga, sino que cortaron las carreteras y ocuparon su fábrica (ver artículo). El año 2018 también fue testigo de la acción de los camioneros y de la huelga de los maestros. Así, desde el momento crítico de la rebelión popular de principios de 2018, la sociedad iraní ha estado en ebullición. La revuelta actual no es ciertamente un rayo en un cielo azul. Cuando las masas iraníes se movieron por primera vez a principios de 2018, las revueltas y revoluciones en Medio Oriente aún no habían comenzado. Solo más tarde, primero a mediados de 2018 con Jordania e Irak, y luego en 2019 con Líbano e Irak, la región se convertiría de nuevo en un escenario de luchas populares. Esta vez el levantamiento iraní ha coincidido, no por casualidad, con lo que está ocurriendo en estos dos últimos países. Los Mulás eran obviamente conscientes de los peligros que corrían en estos tiempos. No es de extrañar entonces que planearan la erupción del volcán que había estado hirviendo durante los últimos dos años.
... ¡hasta que quede un solo banco para un gobierno obrero!
Sobre la base de su anticipación, el Estado también ha decidido, al parecer, acabar con su camino hacia el “orden y la estabilidad”. El gobierno sigue sosteniendo que el número de muertes es de un solo dígito, ya que afirma que la mayoría de los muertos son del lado de las “fuerzas de seguridad”. A pesar del corte de Internet, el 5% de Internet que queda puede ser utilizado (de manera subrepticia, obviamente) también por fuentes externas. Las Naciones Unidas han dicho que hay docenas de muertos entre los manifestantes. Amnistía Internacional ha presentado las estadísticas, sorprendentemente precisas, de 106 muertos en 21 ciudades. Y el último conteo de la BBC fue de más de 200 muertes. Incluso si descartamos una parte de las cifras, teniendo en cuenta el sesgo del mundo occidental contra Irán, estas cifras son aterradoras para un movimiento popular que por el momento solo ha durado cinco o seis días. (A modo de comparación, debemos recordar que incluso el brutal régimen iraquí ha matado a unos 325 manifestantes en el transcurso de más de tres semanas.)
Para nosotros, contar las bajas no es simplemente una cuestión de lamentar a los muertos. Es una señal de la despiadada resolución del régimen de sofocar el levantamiento y la determinación del pueblo iraní de luchar por su sustento y acabar con este régimen, porque saben que es la fuerza que actúa como guardián de este injusto orden socioeconómico. Podemos estar seguros de que esta vez la burguesía cerrará filas en solidaridad, ya que la caída del “dictador” en este levantamiento social traería aparejada la amenaza de una apertura hacia el poder para la clase obrera en alianza con otras fuerzas. Hay cínicos en todos los países que atribuyen la revuelta del pueblo iraní a la provocación de la familia del Shah caído o del Mojahedin-e Khalq apoyado por Estados Unidos y dirigido por Maryam Rajavi. La declaración de Michael Pompeo, secretario de Estado de Trump, en abierto apoyo al levantamiento, sin duda alimenta el cinismo y el escepticismo de estos círculos. Lo mismo se dijo de las revoluciones egipcia y tunecina de 2011-2013 y todos los estudios serios realizados posteriormente han demostrado que no había pruebas de que existiera una relación entre los planes de Estados Unidos y la primera generación de revoluciones árabes. Estas personas olvidan un hecho elemental: el pueblo iraní forma parte del ejército mundial de los hambrientos e indigentes que se está rebelando contra el capitalismo en el período de la Tercera Gran Depresión. Si este movimiento se profundiza, ¡probablemente Pompeo se arrepentirá de haberlo apoyado!
La prueba es la quema de los bancos. El pueblo iraní, analfabeto como pueda ser en cierta parte, ha comprendido mejor que los nobles señores y cada vez más también las señoras de las universidades angloamericanas que se han convertido en los principales expertos de la “ciencia lúgubre” de la economía, que las finanzas capitalistas son el enemigo del pan del pueblo en nuestra época. El pueblo está incendiando bancos porque sabe que esas instituciones son el enemigo de clase. Los Estados Unidos pueden aprovechar a estas víctimas de la privación y el hambre solo a costa de ofrecerles abundantes concesiones, algo imposible en este período de depresión para el capitalismo mundial, cuando los trabajadores y los pobres de todos los países se están levantando por la misma razón.
Sólo tenemos dos humildes recomendaciones que hacer al pueblo iraní que está siguiendo correctamente sus instintos de clase. Uno: quemar todos los bancos hasta que quede un solo banco estatal que actúe como instrumento transitorio de asignación de recursos bajo un gobierno obrero y campesino para pasar al socialismo. Dos: construir en el calor de la lucha los órganos revolucionarios de poder que formarán la base de ese gobierno, así como un partido obrero revolucionario que pueda dirigir a las masas a tomar el poder.
La tarea es formidable, pero no existe ninguna solución fuera de ese camino.