Crisis del bipartidismo en Espaňa
El domingo 25 de mayo tuvo lugar un nuevo episodio de la crisis política española. Pocas horas después de haberse conocido los resultados de las elecciones al Parlamento Europeo, se producían las primeras consecuencias. El derechista Partido Popular (PP) -que gobierna con mayoría absoluta desde el otoño de 2011- decidía estudiar medidas para recuperar la confianza perdida entre los votantes y calmar la contestación interna; por su parte, el secretario general del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) –socialdemócrata- anunciaba la convocatoria de un congreso extraordinario que intentará resolver las diversas crisis que debe afrontar. Ninguno de los dos partidos tenía motivos para celebrar el resultado electoral: en 2009 la suma de ambos alcanzó el 80%, ahora no llega al 50%; el PP ha perdido un tercio de su representación; para el PSOE la disminución es todavía mayor, y más grave, ya que ha sido incapaz de aprovechar el desgaste del partido del gobierno y además se trata de sus peores resultados en casi cuarenta años de democracia burguesa. Las elecciones del pasado domingo suponen una auténtica sacudida para el sistema político español, fuertemente bipartidista.
Esta derrota de los dos grandes partidos se añade a un lento desgaste del régimen político nacido de la Constitución de 1978. La crisis económica en desarrollo está cuestionando estructuras que se creían permanentes, instituciones hasta ayer intocables, actitudes e ideas en el conjunto de las clases sociales. Por primera vez la monarquía ha sufrido un fuerte descenso de popularidad, afectada por diversos escándalos. Es general la percepción de que la corrupción política –ligada al auge del sector de la construcción de los últimos veinte años y a los manejos en la financiación de los partidos- está enquistada en los fundamentos del sistema. La propia democracia burguesa representativa está en cuestión, con la conciencia cada vez más extendida de los lazos entre políticos y empresarios, el escaso valor efectivo del voto, el enorme aparato de los partidos y su deuda con la banca... Toda la población ha podido ver imágenes en estos últimos años que prueban la brutalidad policial o el control inhumano de la frontera con Marruecos. Finalmente, incluso la unidad estatal es discutida: el poderoso movimiento por la independencia en Cataluña socava todo el sistema político de 1978.
La crisis política ha discurrido paralelamente a la crisis capitalista que azota a la Unión Europea. España ha sido uno de los países más castigados desde 2008. La secuencia de cierres patronales, desplome industrial, paralización del crédito bancario, deuda privada y crisis fiscal del estado y de las autonomías aparece expresada con claridad en las cifras macroeconómicas. La deuda pública se acerca en estos momentos a un billón de euros y ya constituye el 100% del Producto Interior Bruto del país; hay más de seis millones de desempleados, una gran parte de los cuales ya no recibe ninguna clase de prestación; la población activa continúa cayendo -inmigrantes que vuelven a sus países, emigración de trabajadores españoles-; los pocos empleos que se crean son temporales y con retribuciones menores; en fin, la caída prolongada del consumo interno mantiene al país en un estado de emergencia económica permanente. El ahorro presupuestario –los repetidos “recortes”, que afectaron al gasto estatal en sanidad, educación, servicios sociales y obra pública- no hizo más que acelerar la tendencia deflacionaria. Solo los ingresos provenientes del turismo y la recuperación de las exportaciones industriales -debida al ajuste salarial- mantienen con vida al enfermo. Ausente la posibilidad de una política industrial y monetaria activa y autónoma desde la creación de la moneda única europea, la devaluación interna –es decir, la reducción de costes mediante la precarización completa del mercado laboral y la creación de un escenario de pobreza y desempleo de masas- ha sido la vía elegida por los capitalistas y sus representantes políticos para recuperar la rentabilidad del capital. La crisis económica y la crisis política se determinan mutuamente: las disputas sobre la financiación autonómica (regional) alimentan las aspiraciones independentistas, los escasos recursos presupuestarios extienden la miseria y el descontento resultante socava la legitimación del sistema político.
La “juventud sin futuro”, los nuevos pobres, los desempleados, las personas que han perdido su vivienda, los pensionistas, los trabajadores que ven peligrar su empleo no tenían ningún motivo para esperar nada de los partidos responsables de la situación. La abstención, tradicional en las elecciones europeas, se ha mantenido por encima de la mitad del electorado; pero el dato que ha agitado con más fuerza la rutina electoral ha sido ese descenso extraordinariamente significativo de los dos partidos mayoritarios.
Las minorías crecen. Uno de los rasgos peculiares de la política española es la ausencia de una alternativa a la derecha del PP. La extrema derecha populista o fascista –a diferencia de otros países europeos- no ha conseguido desde los años ochenta consolidar una organización electoral de peso. Sí que han aparecido en los últimos años fuerzas de carácter “regeneracionista” y populista, cuya principal bandera es ahora la unidad del estado y la criminalización de las aspiraciones soberanistas en Cataluña. Dos de ellas, Unión, Progreso y Democracia, y Ciudadanos, han obtenido representación en el Parlamento Europeo. La tercera, Vox, una escisión reciente de la derecha del PP, ha estado a punto de conseguirlo. Apoyados por un sector de los medios de comunicación, estos tres partidos pueden ser eventuales recambios burgueses en momentos de crisis aguda de los dos partidos de gobierno.
Cataluña y el País Vasco
Otra especificidad de la política española es la existencia de importantes partidos en las diferentes nacionalidades del Estado. En Cataluña, Esquerra Republicana (Izquierda Republicana), el partido histórico del nacionalismo de la pequeña burguesía y las capas medias profesionales ha ganado unas elecciones en Cataluña por primera vez desde los años treinta del siglo pasado. Aunque ofrece apoyo al gobierno autonómico de la gran coalición burguesa gobernante Convergència i Unió (Convergencia y Unión), no está tan expuesto al desgaste y, sobre todo, es el partido percibido como más coherentemente independentista. Cada indecisión, cada compromiso de la burguesía catalana, se traduce en mayores apoyos para ERC, lo que es una constatación de la fuerza del independentismo. El parlamento catalán aprobó la celebración de un referéndum consultivo –ilegal, según la legislación vigente- en noviembre. Hasta ese momento, el pulso entre el estado, apoyado por las fuerzas contrarias a la consulta, y los partidos que la promueven ocupará todo el debate político.
En el País Vasco, el equilibrio entre el tradicional partido de la burguesía industrial (Partido Nacionalista Vasco) y la nueva coalición Bildu (que agrupa a la izquierda y al centro-izquierda independentistas) augura una dura rivalidad en próximas elecciones. Si Bildu consigue el apoyo de sectores significativos que hasta ahora han permanecido fieles al moderado y conciliador PNV, el estado encontrará una nueva dificultad con la apertura de un segundo frente autodeterminista.
Los “indignados”
Hace justamente tres años, el movimiento 15M, la gran movilización de los “indignados”, conmocionó el país. Que no había encontrado expresión política era la lamentación recurrente. Se puede afirmar que ahora lo ha conseguido, si bien de forma tardía. Hace cuatro meses se presentó una iniciativa en los medios de comunicación que pretendía crear un movimiento antiTroika, contra las políticas del gobierno Rajoy y el poder de los bancos, por la “recuperación” de la democracia. La idea de Podemos surgió de un grupo de profesores universitarios madrileños –vinculados hasta hace unos años a la izquierda reformista- y de dirigentes de Izquierda Anticapitalista –uno de los grupos de la débil izquierda revolucionaria. Se trata de un proyecto que se ha apoyado fundamentalmente en la popularidad de su principal representante, Pablo Iglesias –que aparece con frecuencia en los debates de televisión-, pero que consiguió organizar “círculos” de apoyo en muchas ciudades grandes y medias. La izquierda reformista –Izquierda Unida, IU, dominada por el Partido Comunista- ha incrementado sus votos, llegando hasta el 10%, pero el crecimiento se esperaba superior. Ha sido incapaz de aprovechar el descontento y de convertirse en el foco político y organizativo de las movilizaciones, con una expresión electoral suficiente para disputar el dominio de la derecha y la socialdemocracia. En el momento de la constitución de Podemos, los llamamientos a la unidad encontraron un solo obstáculo: el método de elaboración de la lista electoral. Y es que en el nuevo proyecto no existe delimitación alguna respecto al reformismo. Aunque Izquierda Anticapitalista –que ha aportado militancia y esfuerzo considerable en la creación de los “círculos”- insiste en que el acuerdo es imposible mientras IU gobierne –o aspire a ello- con el PSOE, es muy revelador su silencio sobre las modificaciones de las propuestas programáticas de Podemos semanas antes de las elecciones. En su versión final, el programa de Podemos no pasa de las reivindicaciones de tipo democrático radical –y no tan radical… en ningún momento se alude, por ejemplo, a la necesidad de luchar contra la monarquía o la salida de la OTAN- junto a medidas de urgencia mínimas para afrontar el desastre social. En el programa se menciona la democratización de las instituciones europeas, la auditoría de la deuda y el no pago de la “deuda ilegítima”, la creación de una banca pública, la nacionalización parcial de los sectores industriales estratégicos, la promoción de la pequeña y mediana empresa… Ni una sola medida propiamente anticapitalista, y, en algunos aspectos, un programa a la derecha del de IU. Es, simplemente, una versión del democratismo que impera en la izquierda europea; el discurso sobre la ciudadanía y “los de abajo”, sin referencias de clase, el movimientismo sin perspectiva revolucionaria. Podemos encarna el rechazo elemental de amplios sectores de la población desencantada, rabiosa; el extraordinario resultado electoral alcanzado (más de un millón de votos, el 8%) es un indicio de la esperanza en el cambio. Las referencias explícitas a las “experiencias” de Bolivia, Ecuador y Venezuela, los elogios a Syriza y el uso recurrente de las dos expresiones de moda en la izquierda –“ruptura democrática”, “proceso constituyente”- señalan el carácter del proyecto. Las previsibles negociaciones para conformar un frente entre IU y Podemos para las elecciones locales, regionales y estatales del próximo año pueden alumbrar un nuevo proyecto ampliado de la izquierda reformista española, que desafíe la hegemonía electoral de una socialdemocracia en crisis profunda.
Las candidaturas promovidas por las organizaciones de la izquierda marxista obtuvieron resultados ridículos. En un contexto social dramático, con el cuestionamiento de aspectos esenciales del régimen político y del propio capitalismo por parte de cientos de miles de trabajadores y jóvenes, la izquierda revolucionaria sigue en la marginalidad. Los pocos grupos que no han sucumbido al seguidismo de los aparatos reformistas-burocráticos y a la ideología del autonomismo-ciudadanismo son demasiado débiles, aunque los esfuerzos por vincularse a las luchas obreras y juveniles de los últimos años han sido meritorios.
Hace unas semanas, cientos de miles de trabajadores y jóvenes se manifestaron en Madrid. Fue una jornada histórica. Columnas de cientos de trabajadores que habían llegado a la capital caminando desde varios puntos del país fueron recibidas por las “mareas” de empleados del sector público contra la privatización y los “recortes” en enseñanza y sanidad, jóvenes indignados de los barrios, las organizaciones feministas en lucha contra la reaccionaria ley del aborto, trabajadores de empresas en conflicto, los militantes de los sindicatos de izquierda. Fue una movilización masiva que marcó otro punto decisivo en la lucha de clases reciente: por primera vez en muchos años, se producía una protesta de masas predominantemente clasista al margen de los sindicatos mayoritarios. Se demostró el potencial de un movimiento de trabajadores que no admite la pasividad de las burocracias sindicales y que está dispuesto a enfrentarse a las políticas del gobierno. La coordinación de los sindicatos alternativos, la organización de corrientes combativas en los mayoritarios, la solidaridad con las luchas en curso y su extensión, la unión de los trabajadores de Catalunya y el resto del Estado español, la discusión de modalidades de acción unitaria y de un programa anticapitalista: estas son las tareas del momento. La solidaridad internacionalista de los trabajadores europeos y sus organizaciones es imprescindible para afrontarlas con éxito.