El mundo ha iniciado 2016 lleno de preocupación y horror. Ocho años después del derrumbe de Lehman Brothers, el capitalismo mundial se hunde cada vez más en su crisis intensificada y todavía irresuelta, arrastrando a la humanidad a mayores niveles de austeridad, desempleo, desigualdad, falta de vivienda y miseria. Ha creado una situación socio-económica en la que la plaga fascista ha conseguido de nuevo levantar cabeza. Las contradicciones del capitalismo han creado conflictos y guerra en Oriente Medio, en África, en las antiguas repúblicas soviéticas y en otras zonas, guerras que incluso amenazan con convertirse en una Tercera Guerra Mundial. Y ha desatado un proceso de degradación medioambiental que amenaza no solo nuestro futuro como humanos sino el de todas las especies de planeta.
No es suficiente lamentar el azote de la austeridad y el desempleo, de la guerra y el fascismo, del autoritarismo y el cambio climático. Necesitamos comprender la dinámica que hay tras ellos y combatirlos de acuerdo a la lógica de la situación objetiva. Los movimientos de izquierda en el mundo-la llamada socialdemocracia y los que, antes de la caída, fueron los partidos comunistas oficiales o sus actuales encarnaciones- se han derrumbado a niveles todavía más bajos desde el colapso de los estados burocráticamente degenerados (la Unión soviética, China, los países del centro y el este de Europa, etc). Carecen de brújula para comprender el curso que ha tomado la historia y no destruirán este orden socio-económico espantoso. La izquierda podrá sacar a la humanidad del trance al que la ha conducido el capitalismo imperialista solo mediante una crítica radical de la situación existente y una actitud audaz de enfrentamiento con los poderes.
En plena Tercera Gran Depresión
El período que atravesamos está marcado profundamente por la crisis económica generalizada del capitalismo, desencadenada ciertamente por el colapso financiero de 2007-2008, pero producida por las contradicciones del modo de producción capitalista en su conjunto y que ha tomado el carácter de una profunda depresión económica, en absoluto no confinada a la esfera financiera. Después de ocho años en crisis, el capital y su personal poítico-ideológico no es capaz de encontrar una salida e intentan como mejor pueden sortear la tormenta sin la menor idea de dónde está la salvación. La crisis ha atravesado diferentes fases: el rescate del sistema financiero privado por medio de las llamadas políticas de quantitative easing [creación de dinero] y las de tasa de interés cero acabó transfiriendo el lastre al sector público, engendrando la crisis de la deuda pública, que ha tenido su expresión más violenta en los países de la cuenca mediterránea de la Unión Europea desde 2010. La política monetaria expansiva de los bancos centrales más importantes del mundo capitalista mantuvo sin embargo la economía mundial a flote, asistida en esto, como resultado del desarrollo desigual, por las relativamente altas tasas de crecimiento de los llamados “mercados emergentes”, en primer y principal lugar China, pero también países como India, Brasil, Rusia, Suráfrica, Tailandia o Turquía. Estos dos factores fueron ciertamente los que mantuvieron a flote a las economías más maduras del mundo capitalista, evitando un estancamiento más profundo de la economía mundial.
Actualmente, ambos factores se están agotando. El programa de expansión monetaria de los Estados Unidos ha acabado y el aumento de la tasa de interés por parte de la Reserva Federal en diciembre de 2015, tras una década de tasas prácticamente a interés cero, invierte los flujos de capital hacia los mercados emergentes, que sufren también el impacto del freno de la economía china y el colapso de los precios de las materias primas, sobre todo del petróleo. Estos cambios dramáticos tienen vastas consecuencias no solo en los llamados países emergentes y subdesarrollados, sino también en Europa, Japón y Estados Unidos, en todo el mundo. Desde el comienzo de 2016, con el tsunami en los mercados bursátiles de China y mundiales, aumenta la posibilidad de un estancamiento mucho más profundo de la economía global, con niveles de desempleo mucho más altos.
Aunque en la primera fase de la crisis mundial pareció que los “mercados emergentes” mantenían su vigor, les ha legado el turno de caer en una recesión profunda, como es ya el caso en Brasil y Rusia. Incluso China, el principal motor de crecimiento reanimador dela economía mundial, ha pasado a ser ahora un poderoso factor de inestabilidad, con la declinación acelerada, primero de su mercado inmobiliario, luego de su bolsa, y ahora de la economía real.
El paso dado por la Reserva Federal, el banco central norteamericano, de disminuir de manera gradual y prudente el apoyo que durante años proporcionó de manera completamente artificial a la economía -primero reduciendo y finalmente eliminando la llamada creación monetaria y luego subiendo la tasa de interés- no es de ningún modo una prueba de confianza en un desarrollo sólido de la economía norteamericana, sino un movimiento preventivo para evitar un nuevo estallido de la burbuja y la repetición de los hechos de 2007-8 a mayor escala. Sin embargo, coincidiendo con los graves problemas en China, una tercera recesión en Japón y la permanente ciénaga en la qu se encuentra la economía de la Eurozona contribuirán con toda probabilidad al comienzo de una nueva fase de estancamiento de la economía mundial.
Para estimar la gravedad de la situación basta con el pánico creciente mostrado por algunos de los propios actores del mercado. Los economistas del Royal Bank of Scotland, uno de los más grandes del mundo, han advertido a sus clientes de la siguiente manera: “Vended todo excepto los bonos de alta calidad. Se trata de vuelta del capital, no de vuelta del rendimiento. En una sala repleta, las puertas de salida son pequeñas.” El informe relaciona también la situación actual y la de 2008, cuando el colapso del banco de inversión Lehman Brothers condujo a la crisis financiera internacional. Esta vez, se dice, China podría ser la clave de la crisis.
La barbarie en crecimiento
La Tercera Gran Depresión no es simplemente un tropiezo en el camino. Tampoco es un episodio de corrección del mercado. Se trata de una de las crisis económicas más profundas en la historia del capitalismo, que atestigua el declive de las posibilidades dentro del modo de producción capitalista, debido a la contradicción que se produce entre las fuerzas productivas altamente socializadas y la apropiación privada de los productos generados por esas fuerzas avanzadas. La destrucción del medio ambiente es un signo del estrangulamiento de las fuerzas productivas por el capitalismo actual. El alto desempleo, la terrible miseria y los declinantes sistemas de salud y educación para las masas trabajadoras son indicaciones del hecho de que el capitalismo se ha convertido en una barrera para el progreso de la humanidad. La tendencia a la creación de conflictos y guerra, con la posibilidad cada vez más cercana de una Tercera Guerra Mundial, es una prueba clara de que el capitalismo en su fase imperialista es ya más que una barrera al progreso; teniendo en cuenta las armas de destrucción masiva que ha desarrollado, constituye una amenaza a gran escala para la simple supervivencia humana, de hecho la de todas las especies vivas.
En este torbellino histórico crecen las semillas de la barbarie. El fascismo está resurgiendo en Europa. Por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, los movimientos fascistas reviven el recuerdo del período transitorio de poder compartido de los nazis, como en Ucrania después de los acontecimientos de Maidan. Las elecciones al Parlamento Europeo de mayo de 2014 mostraron que ningún país del viejo continente estaba inmune a la propagación del virus fascista. En tres países -Francia, Reino Unido y Dinamarca- la llamada “extrema derecha” se convirtió en la primera fuerza política en las elecciones. Este concepto de “extrema derecha” es un tipo de eufemismo que oculta la existencia de partidos explícitamente fascistas que reivindican símbolos nazis, como es el caso de Amanecer Dorado en Grecia o Jobbik en Hungría, o de partidos que pueden transformarse rápidamente en fascistas, como el Vlaamsblok en Holanda o el Front National en Francia. El callejón sin salida a que el capitalismo ha llevado una vez más a la humanidad ha vuelto a actualizar la amenaza del fascismo.
Por otro lado, la bandera negra del ISIS es solo la expresión extrema del crecimiento de tendencias exageradamente bárbaras en los países predominante o parcialmente musulmanes de Oriente Medio y el norte de África, que se extienden por el África subsahariana, como en Somalia, Mali o, sobre todo, Nigeria. El crecimiento de los movimientos takfiri-esto es, movimientos que estigmatizan como “infiel” a todos excepto a los que se postran ante ellos, sin tener en cuenta si se trata de cristianos o judíos, de las confesiones islámicas chiita o alauita, o incluso musulmanes sunitas-, con su ideología retrógrada que impone un estilo de vida austero y multitud de prohibiciones al conjunto de la población, especialmente a las mujeres, es un azote que amenaza a decenas de millones de personas en las regiones donde ha conseguido fortalecerse. Más alarmante incluso es que estos movimientos recluten a sus militantes a escala internacional, no solo en los países predominantemente musulmanes de Oriente Medio, África, el Cáucaso o Asia Central -en particular, el Turkistán oriental en China-, sino también entre la generación de jóvenes desposeídos de las comunidades musulmanas de los países imperialistas occidentales, expuestos a la exclusión social, el racismo, la represión estatal y el desempleo masivo. Esto significa, por supuesto, que la barbarie de los takfiriy la clásica de los nazis están destinadas a chocar en el corazón de una Europa colapsada.
El crecimiento de la amenaza de un conflicto sectario entre sunitas y chiitas en Oriente Medio se alimenta del radicalismo takfiri, pero también lo trasciende, amenazando a toda la región con una bárbara guerra interna que con certeza arrasará el conjunto del mundo islámico.
No debe haber duda, sin embargo, acerca de sobre quién recae la responsabilidad última del surgimiento de las tendencias a la barbarie. El levantamiento de las hordas fascistas en Ucrania o de los bárbaros del mundo islámico no es contra una “civilización occidental” supuestamente inmaculada. La “civilización occidental” en su forma capitalista-a la que Marx llamó “la lepra de la civilización”- es la verdadera causa que engendra las dinámicas de estas barbaries. No solo en el sentido más inmediato de apoyar, abiertamente o de manera encubierta, estas tendencias retrógradas.Ese aspecto innegable es solo parte de la historia, como se puede observar claramente tanto en el claro apoyo que la Unión Europea, los Estados Unidos y la OTAN dieron a los hechos de Maidan, en el sostenimiento prolongado, y poco disfrazado, a grupos fascistas como el Sector de Derecha;como en elapoyo a los grupos sectarios sunitas en Siria,que han convertido lo que comenzó siendo un levantamiento popular semejante a los de Tunez y Egipto en una guerra civil a gran escala. Lo fundamental es que el capitalismo, al sembrar desempleo y miseria, al alentar las llamas de la guerra para conseguir sus fines despreciables, crea las dinámicas que posibilitan la aparición de estos movimientos.
Probablemente Al Qaeda nunca habría nacido si la administración Reagan no hubiera respaldado en la década de los ochenta a los llamados mujaidines en Afganistán. El ISIS nunca habría podido lograr el apoyo de la comunidad sunita para establecer su primera base y comenzar a extender su influencia a otros sectores si George Bush no hubiera creado el caos que siguió a la guerra y la ocupación de Irak, y no hubiera marginado totalmente a la minoría sunita. El ISIS no hubiera sido capaz de llegar a decenas de miles de jóvenes que se han unido a la lucha de su causa bárbara si no fuera por el desempleo desenfrenado, la miseria y la humillación diarias que sufren los adolescentes de las ciudades francesas, el interior de Tunez y otros lugares.
Donald Trump y Marine Le Pen son la prueba viviente de las tendencias hacia la barbarie presentes en las supuestas sociedades avanzadas de la “civilización occidental”. El capitalismo en su período de declinación histórica actúa como el terreno fértil para las tendencias hacia la barbarie que vemos a nuestro alrededor diariamente.
La fuente de esperanza: la intensificación de la lucha de clases
Pero la tendencia a la barbarie que el capitalismo crea no es el único producto de la actual situación mundial. Hay también una contracorriente muy clara que suscita esperanza en el futuro. Si no se percibe, se sucumbe al pesimismo generalizado que ha sufrido la izquierda desde el colapso de la Unión Soviética y los regímenes estalinistas del llamado “socialismo realmente existente”.
Las grandes depresiones crean tendencias opuestas. La crisis de los años treinta provocó, por un lado, el fascismo y el expansionismo japonés; por el otro, la revolución española, los acontecimientos revolucionarios en Francia antes y durante el período del “Frente Popular”, la radicalización masiva de los campesinos chinos y el desarrollo del movimiento obrero norteamericano. Con los intentos desesperados del capital por liberarse de sus propias contradicciones, sin compromisos entre las clases contendientes en la medida de lo posible, la sociedad gira progresivamente hacia las corrientes políticas e ideológicas radicales. De este modo, aparecen de manera simultánea el fascismo y la barbarie por un lado, y por otro las tendencias de lucha de clases cercanas a la revolución o que evolucionan hacia ella cuando las condiciones están maduras.
Las revueltas sociales en todo el mundo ocuparon el escenario entre los años 2011 y 2013, con las masas luchando por un mundo diferente. En todo el planeta, los pueblos se alzaron uno tras otro para luchar por un mundo mejor: desde las revoluciones masivas de Tunez y Egipto -que dieron impulso a los levantamientos menos ambiciosos de otros países como Bahrein, Yemen y Siria en los primeros seis meses de los acontecimientos en este país- al movimiento Occupy Wall Street, modelo de movimientos similares en decenas de ciudades de Estados Unidos; desde el movimiento de los Indignados en España, que ocupó las plazas de las principales ciudades durante semanas, y la ocupación de la plaza Syntagma en Grecia junto a las docenas de huelgas generales que conmocionan el país, a Tel Aviv, donde se acampó en Rothschild Boulevard para protestar por los problemas económicos de los israelíes pobres. En el verano de 2013 llegó el turno de las masas turcas y brasileñas. Y a finales de junio de ese año, las luchas de masas en tres países a la vez sacudieron el mundo, cuando treinta millones de egipcios se levantaron contra la usurpación del poder gubernamental logrado en las elecciones por los Hermanos Musulmanes.
Las demandas específicas pueden haber sido diferentes, pero la percepción general fue que se había establecido fraternidad y camaradería entre los diversos movimientos. Los revolucionarios egipcios hicieron pedidos de pizzas para llevar a los trabajadores de la administración local de Wisconsin, mientras los activistas de Occupy Wall Street evocaban la revolución egipcia en todas sus acciones. Las masas brasileñas enviaron saludos a través del océano cuando comenzaron sus acciones, solo diez días después del levantameinto de Gezi en Turquía, levantando la consigna “El amor ha acabado; a partir de ahora, esto es Turquía“. El caso más remarcable sucedió en Tel Aviv, donde, después de décadas de hostilidad entre Israel y los países árabes, ¡los acampados saludaron a los revolucionarios de la plaza Tahir!
Ese momento revolucionario ha desaparecido, la primera fase de la nueva corriente revolucionaria ha llegado a su fin. Es importante la claridad sobre los motivos. Egipto fue el caso paradigmático de esta fase revolucionaria. Fue en este país más que en cualquier otro en el que se observó con claridad la ausencia de una dirección revolucionaria. La clase obrera egipcia fue extraordinariamente combativa tanto en los años que precedieron a la revolución como durante los dos años de su desarrollo. El movimiento huelguístico fue decisivo en la caída de Mubarak. Cerca de un millón y medio de trabajadores se afiliaron a sindicatos independientes en esos años. Había una dinámica de revolución permanente en desarrollo. Pero los grupos políticos revolucionarios no intentaron establecer la independencia de clase y conducir la revolución bajo la hegemonía política de la clase obrera. La crisis de dirección política es, por tanto, la enseñanza que debe extraerse de esta primera fase de la revolución.
Sin embargo, el retroceso de la oleada revolucionaria no implica que las masas no esten contraatacando. Incuso bajo la dictadura militar de Al Sisi, los trabajadores del sector textil egipcios consiguieron desarrollar una huega combativa y victoriosa en octubre de 2015.
Es cierto que desde 2013, la austeridad, la guerra, el fascismo y el autoritarismo creciente han ganado protagonismo. Pero la lucha de las masas ha tomado un camino diferente en esta segunda fase. Si bien la revolución árabe ha caído en lo que consideramos un momentáneo aplazamiento, la clase obrera europea ha recogido la bandera de la lucha. Dadas las condiciones históricas generales y el nivel de conciencia, que no es sino un producto de estas condiciones, el proetariado europeo -y en particuar sus secciones del sur de continente- han girado a una estrategia electoral para intentar revertir la devastadora política de empobrecimiento que les impone la llamada Troika, formada por la Comisión Europea, el Banco Centra Europeo y el FMI.(En el caso de Grecia, al menos, se ha convertido en un cuarteto, en tanto el Mecanismo de Estabilidad Europeo se ha unido al grupo de los bandidos.)
En un país tras otro, las masas trabajadoras están girando hacia partidos a la izquierda de la sociademocracia tradicional, como Syriza en Grecia o Podemos en España, dando de este modo un duro golpe a los desacreditados sistemas bipartidistas del período anterior. El año 2015 fue emblemático en este sentido.
Este nuevo giro en el sur de Europa encuentra su base, por supuesto, en el poderoso movimiento de masas que surgió en la primera fase de la lucha, cuando, especialmente en el año decisivo de 2011, las masas en Grecia y España aparecieron de forma masiva y con resolución para protestar contra la oleada de austeridad, desempleo y pobreza que había atenazado a estas sociedades tras el colapso financiero de 2007-2008. Es importante ser claro sobre el hecho de que el éxito electoral de partidos como Syriza y Podemos no es sino una forma específica -nosotros creemos que efímera- del contenio real, que es el estado de ánimo combativo de las masas.
Así como el caso de Egipto fue paradigmático de la primera fase de lucha, el de Grecia lo es de la segunda. Grecia ha sido el eslabón más débil de la cadena de la Unión Europea, a su vez el eslabón débil del capitalismo mundial. Ha estado sometida a la disciplina de la austeridad impuesta por Bruselas con la ayuda del FMI y la connivencia de las fuerzas políticas más importantes de la burguesía griega. La respuesta de las masas ha sido ejemplar. Preparadas por el estallido de la revuelta de diciembre de 2008 contra el asesinato de un joven de quince años por parte de la policía, las masas griegas aparecieron en escena con innumerables huelgas durante el período, así como con la acampada permanente a principios del verano de 2011, al mismo tiempo que el movimiento de los Indignados en España.
Grecia es también el país que ha revelado con más claridad las contradicciones de la nueva vía elegida por las masas en su lucha contra las arremetidas del capital. Después de haber hecho un primer giro a finales de febrero, en el mero intervalo de un mes, a las demandas de la Troika, el gobierno de Tsipras consultó a las masas en un referendum a principios de julio, probablemente con la esperanza de que la mayoría votaría “sí”, dejando sus manos libres para una capitulación completa. ¡Las masas trabajadoras de Grecia dijeron “no” con un rotundo 62 por ciento_del voto! El hecho de que Tsipras capitulara a la presión de la UE a pesar de ese robusto respaldo del pueblo griego probó en los hechos lo que siempre habíamos dicho: la estrategia de respaldar a partidos de izquierda reformista en un momento en que las reformas son imposibles, cuando la única alternativa a la miseria y la reacción es arrebatar el poder de las manos de la clase capitalista, es un callejón sin salida. La línea estratégica de Syriza de un “compromiso histórico” de clase en el propio país, y, sobre todo, internacional, estaba condenado a fracasar sin gloria: pedía la paz entre las clases en condiciones de guerra abierta de clases. Tsipras y su equipo se dirigieron a Bruselas y Berlín, caminaron sobre un campo de minas en una guerra declarada, para enfrentarse a enemigos feroces, inflexibles, levantando la bandera de la paz entre clases, es decir, la bandera blanca de la rendición.
Pero las masas tendrán que sobreponerse a este revés, a las limitaciones políticas planteadas por el reformismo y a la confusión provocada por su traición a través de su propia experiencia. La tarea de los revolucionarios es desmarcarse claramente de los errores del movimiento, sin ninguna marca de sectarismo hacia las propias masas, uniéndose a ellas en todas sus luchas contra el enemigo común, pero exponiendo al mismo tiempo a los dirigentes traidores por lo que son y construyendo una alternativa política y organizativa que sea capaz de servir a las masas como herramienta cuando estén preparadas para tomar el camino revolucionario. Esto vale para Grecia y para España , así como para todos los países donde las masas trabajadoras inician la lucha por la supervivencia ante los ataques del capital.
El año 2016 será decisivo para una Europa con millones de desempleados y personas empobrecias, con una economía estancada, con una crisis bancaria y de deuda insoluble, extremadamente vulnerable a las nuevas conmociones que llegan del Este y el Oeste, desde China y Estados Unidos; una Europa que se está fragmentando por estados nacionales, antagonismos imperialistas y nacionalismos emergentes, entre su norte más “privilegiado” y los países del sur, entre la Europa occidental y la oriental.
El conjunto del proyecto de la Unión Europea ha quedado conmocionado y ahora su crisis se exacerba de manera inmensa por la crisis política producida por las oleadas imparables de migrantes que llegan desde todos los países que han caído víctimas de las guerras imperialistas de Europa y Estados Unidos, de la devastación y de las crisis humanitarias, recorriendo un largo camino desde Siria, Irak, Afganistán o África.
Los cambios sociales y políticos son ya evidentes: desestabilización en los Balcanes; Polonia y Europa central y oriental, bajo regímenes ultranacionalistas de extrema derecha, comienzan a enfrentarse incluso a sus antiguos amos, Alemania y la Unión Europea; en la frontera oriental de la UE, Ucrania se ha convertido en un agujero negro, económica, política y militarmente. Hace solo unos pocos meses, Merkel aparecía como el dirigente político más poderoso en la UE; ahora, incluso un sector considerable de su propio partido pide su dimisión por la crisis migratoria.
Desde Grecia a Portugal, desde Cataluña a Escocia, desde la perspectiva de un Grexit a la posibilidad de un Brexit, Europa ha entrado en un período de históricas confrontaciones sociales y nacionales, de grandes transformaciones. Las clases dominantes europeas han fracasado miserablemente en la unificación del continente. Esta es la tarea de la clase obrera, a la cabeza de las masas empobrecias.
Lo que se necesita es una nueva dirección de las clases obreras de Europa, una dirección organizada internacionalmente, junto con los partidos revolucionarios de otros continentes, para luchar por una nueva Europa que acabe con el poder del capital y sus complejos aparatos de dominio, ambos encarnados en las estructuras de la UE y en estados-nación; una nueva Europa que los remplace por los Estados Unidos Socialistas de Europa.
La otra troika: el atolladero de oriente Medio y el norte de África
La región de Oriente Medio y el norte de África se ha convertido en el centro neurálgico del cataclismo al que se dirige el mundo. Siria, un país con una superficie de unos doscientos mil quilómetros cuadrados y una población de 23 millones antes de la guerra, se ha convertido en el escenario de una guerra en la que participan ¡más de 65 países! -62, la mayoría europeos y árabes, son parte de la coalición contra el ISIS formada por Estados Unidos; además, Rusia, Irán y Líbano, a través de Hezbolah, están presentes sobre el terreno;esto sin contar la unidad política de señores de la guerra denominada Estado Islámico, dirigida por el autoproclamado califa Al Baghdadi.
Tres rasgos esenciales han de ser enunciados claramente para desentrañar lo que a primera vista parece una situación caótica. En primer lugar, la catástrofe que ha alcanzado a Oriente Medio está estrechamente relacionada con los resultados de pasadas intervenciones y agresiones del imperialismo y el sionismo en la región. Limitándonos al siglo XXI, nada habría sido igual en la región sin la guerra y ocupación de Afganistán (2001) e Irak (2003), sin la agresión israelí contra Líbano en 2006 y los bombardeos de Gaza en 2008 y 2014 por parte de Israel, sin el armamento y la financiación de los grupos sectarios sunitas y takfiri en Siria después de septiembre de 2011. Comprender esto proporciona suficiente base para entender por qué no debe apoyarse a la coalición imperialista en su lucha contra el ISIS o cualquier otra fuerza en la región. El conflicto entre Estados Unidos y sus aliados por una parte, y las fuerzas sectarias takfiri por la otra es una lucha entre dos maldiciones para los pueblos de Oriente Medio; las fuerzas de la clase obrera y los oprimidos deben abstenerse de tomar partido por una u otra y desarrollar su propia línea de lucha contra ambas. El imperialismo, en particular el norteamericano, nunca ha sido tan débil, tan inefectivo, en su acción en la zona; carece de cualquier estrategia consistente y convincente para enfrentarse a los riesgos que entraña.
En segundo lugar, tres poderes regionales –Arabia Saudita, Catar y Turquía, dirigida por el hombre fuerte Tayyip Erdogân- están instigando claramente un conflicto entre sunitas y chiitas que amenaza con convertirse en una guerra a gran escala. Este tipo de guerra sectaria, una auténtica guerra civil del conjunto del mundo islámico, solo puede causar muertes en masa y destrucción en toda la región. Las guerras por delegación de las que el mundo ha sido testigo en Irak especialmente durante los años 2006-2007, en Bahrein en 2011, en Siria desde finales de 2011, y en Yemen desde hace aproximadamente un año, ahora han pasado a un segundo plano en cuanto a su importancia, una vez las principales fuerzas tras el conficto sectario, Arabia Saudí e Irán, han comenzado abiertamente a enfrentarse desde principios de año, tras la ejecución por parte del régimen saudí del jeque Sheik Nimr Bakr Al-Nimr, el más prominente clérigo chiita en Arabia Saudí, por haber condenado con rotundidad la política de la monarquía, en especial su invasión de Bahrein con el objetivo de sofocar la revolución en 2011-2012.
La división sunita-chiita, basada en un cisma ideológico-político casi tan viejo como el Islam mismo, es en estos momentos solo la expresión ideológica de un enfrentamiento material de intereses entre los dos estados rentistas y sus clases dominantes, que viven de la renta del suelo proporcionada por las reservas de petróleo y gas natural de sus territorios. El alcance del problema se puede captar con facilidad cuando se recuerda que la provincia oriental de Qatif, en Arabia Saudí, y Bahrein, son las mayores fuentes de renta del suelo y que son de mayoría chiita, pero están dominadas por los sunitas. Cuando en 2011 Bahrein y la población chiita de Arabia Saudita se unieron a las masas árabes en ebullición, esto se convirtió en una pesadilla para el régimen saudí, ya entonces el centro principal de la contrarrevolución en el conjunto del mundo árabe. La autodenominada “Alianza Islámica contra el Terrorismo” -anunciada recientemente en Rihad por el nuevo hombre fuerte de Arabia Saudita, Mohamed Bin Selman, hijo del rey y príncipe heredero de la corona- reunió a 34 países musumanes, pero excluyó cuidadosamente a todos los países con algún grado de influencia chiita o alauita. No es pequeña ironía que sea este país el que se coloque como dirigente del mundo islámico sunita: un país cuyo distintivo es -además de acoger los lugares sagrados del Islam- ser uno de los más ricos del mundo gracias a sus reservas de petróleo, ahora, en esta coyuntura crítica, se encuentra en una situación de crisis económica profunda como resultado de la caída del precio del petróleo en el contexto de la crisis mundial.
Como una guerra sectaria en Oriente Medio estará motivada por el reparto de la inmensa riqueza producida por el petróleo y el gas natural entre las camarillas gobernantes de estos países, la división teológica solo sirve para enmascarar estos intereses. Sin embargo, ya que las masas -a no se ser que se convenzan dela naturaleza real de la guerra-tomarán partido atendiendo a sus respectivas confesiones religiosas, este será uno de los más sangrientosregistros en los anales de la guerra.
Es crucial comprender el lugar de Tayyip Erdogan en esta ecuación. Turquía está más avanzada que los demás países árabes en términos de sus estructuras económicas capitalistas y la formación de una clase capitalista. La burguesía turca ha estado mostrando tendencias expansionitas ya desde la década de 1990, cuando el colapso de la Unión soviética y los otros estados obreros burocráticamente degenerados prometió abrir nuevos espacios geográficos para el capital crecientemente ambicioso del país. Aprovechando esta situación, Tayyip Erdogan ha puesto sus ojos en la posibilidad de convertirse en el Rais, el líder, de toda la región. Esto es lo que explica su política criminal, así como la de su partido, instigando la guerra civil en Siria, enfrentando a las fuerzas sunitas con la minoría alauita. Sin embargo, Turquía tiene su propio conflicto con Arabia Saudita en relación a Egipto, ya que el primero apoya a los Hermanos Musulmanes y el segundo al bonaparte Al Sisi, verdugo de la Hermandad.
No debe darse por supuesto que Estados Unidos respaldará a Arabia Saudí, durante largo tiempo su mayor aliado en al región, y a Turquía, país miembro de la OTAN. En efecto, la ejecución de Al Nimr por el régimen saudí puede ser interpretada parcialmente como un intento de forzar a Estados Unidos a elegir un bando, ya que el acuerdo nuclear con Irán firmado en julio del año pasado fue recibido con absoluta hostilidad por el régimen saudita. En cuanto a Erdogan, tiene sus propias fricciones con Estados Unidos en el asunto de los kurdos en Siria, a los que Estados Unidos considera como uno de los aliados más útiles en la zona, mientras que el gobierno del AKP en Turquía los considera como una amenaza, en tanto la fuerza dirigente en la comunidad kurda de Siria es pro-PKK.
De este modo, la gran amenaza actual en la región procede de lo que se puede denominar la otra Troika, compuesta por la monarquía saudita, Catar y Turquía.
En tercer lugar, hay muchos factores que, por primera vez desde que comenzó la guerra civil, favorecen una solución política en la estancada situación de Siria. Rusia se ha dado cuenta de que cuanto más dure el cenagal, más fuerte será la amenaza de un contagio de tendencias takfiri entre la población musulmana del país así como de las zonas fronterizas, y puede muy bien estar dispuesta a sacrificar a Beshar Al Assad a cambio de lo que se ha llamado un “estado civil” en Siria, aproximadamente el equivalente de un “régimen secular” en la terminología política árabe. La Unión Europea ha afrontado la llegada de alrededor de un millón de refugiados, hecho que probablemente causará fricciones mayores, dado el crecimiento del racismo en todo el continente, y está ya preparada para encontrar una solución política para detener definitivamente esta oleada migratoria. Los Estados Unidos están ahora, si creemos las palabras de Obama, más preocupados incluso por el ISIS que por Assad, y pueden acabar por aceptar un régimen Baath renovado si se desplaza a Assad. La posición de Irán dependerá de quién se imponga en la política interna, los moderados más prooccidentales, entre los que se incluye un ala de los conservadores representados por el actual presidente Rouhani, o los auténticos conservadores, ya bastante hostiles al acuerdo nuclear. Si gana el primer sector, con el apoyo de quienes están bien situados para aprovechar una apertura al capitalismo occidental, entonces Irán retirará su inflexible rechazo a la destitución de Assad.
De hecho, es la troika sunita la que intentará frenar una solución política en Siria. Han invertido tanto en la caída del régimen sirio que será una derrota total para los tres países si algo parecido a un régimen Baath sin Assad permanece en el poder. De este modo, un lucha implacable contra el régimen saudita y el sistema de poder establecido por Tayyip Erdogan en Turquía es vital para el futuro de los pueblos de la región. Una guerra entre sunitas y chiitas en Oriente Medio significará la devastación de la región y el terreno de preparación para la Tercera Guerra Mundial.
La salvación de los pueblos de Oriente Medio y el norte de África reside en el renacimiento del espíritu de la revolución árabe, del levantamiento de Gezi en Turquía, de las protestas de Rothschild Boulevard en Israel, de la serhildans de los kurdos, de la intifada de los palestinos, y de un movimiento revolucionario renovado en Irán. Esto requiere la unidad de las fuerzas de la clase obrera y el campesinado pobre, de las naciones y creencias oprimidas, de las mujeres esclavizadas y la juventud desposeída, con el objetivo de crear una alternativa al belicismo sanguinario de las clases dominantes. Solo la formación de una Federación Socialista de Oriente Medio y el Norte de África traerá paz y prosperidad reales a los problemas históricos que afligen a los pueblos de la región.
¡Por la construcción de partidos y de una internacional revoucionarios!
No se puede confiar de ninguna manera en las direcciones tradicionales para resistir las tormentas que sacuden el viejo continente y el mundo mediterráneo, y parar el rápido crecimiento de las tendencias de barbarie. Ni los viejos partidos estalinistas, ni los nuevos partidos supuestamente pluralistas -concebidos como refugio tras la bancarrota del estalinismo, sin ningún tipo de perspectiva para el futuro-, ni la socialdemocracia europea, por un lado, ni el nacionalismo pequeñoburgués de tipo nasserita en el mundo árabe, por el otro, pueden proporcionar respuestas a las cuestiones candentes de nuestro tiempo. La política de la identidad postmoderna o la “democracia radical” postmarxista -tendencias populares en una variedad de partidos de carácter muy diverso, desde Podemos en España al HDP, predominantemente kurdo, en Turquía-son políticas totalmente equivocadas en un mundo en el que la lucha de clases y la guerra total tienen cada vez más la palabra final.
Lo necesario es un partido revolucionario de la clase obrera en cada país y una organización internacional que los una para actuar como foco dirigente en las luchas regionales, continentales e internacionales. Lo que se necesita más que nunca es proporcionar una dirección a las masas por medio de partidos internacionalistas educados en las tradiciones del marxismo revolucionario. El éxito de tal objetivo es la condición necesaria para poner fin a la barbariemediante la creación del socialismo internacional, en un país tras otro, en una región tras otra, en un continente tras otro.